viernes, 16 de diciembre de 2011



Los europeos se alejan de lo conocido
A partir del siglo XI, Europa occidental inició una importan­te expansión comercial que abarcó el interior del continente, el mar Báltico, el Mar del Norte y el mar Mediterráneo. Durante los siglos XV y XVI, varios Estados europeos pusieron en marcha una segunda expansión a través de los océanos Atlántico, índico y Pacífico: la expansión ultramarina. Este pro­ceso puso en contacto a los europeos con pueblos de América, Asia y África.
Un proceso con múltiples propósitos
El propósito inicial de la expansión ultramarina fue el de eludir a los tur­cos otomanos (que dominaban las costas de Siria y el Asia Me­nor) para introducirse en el sistema de comercio oriental. A principios del siglo XV, los turcos habían encarecido los derechos aduaneros sobre las especias que pasaban por los puertos del Mediterráneo oriental. Así, por ejemplo, los cargamentos que se embarcaban en el puerto de Alepo (en la actual Siria) costaban un 800% más que cuando habían salido de la India. ¡Y, sólo a Venecia, llegaban unas 2.500 toneladas de espe­cias al año! Para los europeos, entonces, eludir a los Turcos era una necesidad imperiosa.
Especias: Nombre con que los europeos denominaban o diversos condimentos de origen vegetal (pimiento, nuez moscada, etc.) y a drogas medicinales obtenidos de distintos plantas del continente asiático.
Otra razón para lanzarse a los mares era la escasez de oro y plata para acuñar monedas. La reducción de la pro­ducción de las minas europeas durante la crisis del siglo XIV nacía necesario acceder a las fuentes de aprovisionamien­to del oro del África central que, hasta entonces, era trans­portado hasta el Mediterráneo por caravanas de comerciantes musulmanes.
Gracias a la expansión ultramarina, los reyes de Europa occidental también esperaban incor­porar nuevas tierras (en las cuales los nobles se instalaran y los burgueses desarrollaran sus acti­vidades comerciales) y nuevos recursos que fortalecieran a sus Estados. La Iglesia, por su parte, apoyó los viajes de ultramar porque buscaba expandir el cristianismo en los nuevos territorios.
Sin avances tecnológicos no hubiera sido posible
La expansión ultramarina se pudo concretar porque una serie de adelan­tos técnicos permitió a los europeos del siglo XV salir del Mediterráneo y arriesgarse en océanos hasta entonces desconocidos.
En el aspecto náutico, se construyeron nuevas embarcaciones (las naos y las carabelas) que, gracias a la combinación de velas cuadradas y triangula­res, pudieron aprovechar mejor los vientos y enfrentar las tormentas oceáni­cas. Las naos y las carabelas también incorporaron el timón de codaste, una pieza plana de madera que salía por una abertura ubicada en la parte poste­rior de la nave (la popa) y que confería mayor precisión a cambiar el rumbo.
Cartas, tablas e instrumentos de precisión
En cuanto a la cartografía, los marinos europeos confec­cionaron portulanos (en los que se consignaban los puertos y las distancias entre ellos) y cartas náuticas con información sobre tipo de costas, vientos que podían resultar favorables para la navegación, recorridos aproximados, etc. También elaboraron tablas astronómicas, que incluían el cálculo ma­temático del movimiento de los astros en el firmamento.
Los instrumentos de orientación que se adoptaron y per­feccionaron fueron la brújula (una aguja magnetizada que flota sobre un líquido y señala siempre el Norte), e astrolabio y e sex­tante (que permite medir la altura de los astros sobre el horizonte).
El astrolabio era una esfera que permitía ubicar las longitudes y latitudes de los astros, y su ascensión y declinación en el firmamento.
Los portugueses, precursores de la expansión
Los primeros marinos europeos en protagonizar las expediciones oceánicas fueron los del rei­no de Portugal, que se independizó en 1143. A partir de 1385, Portugal fue gobernado por la di­nastía Los de Avís, que expulsó a los musulmanes de los territorios que reivindicaba como propios.
Concluida la Reconquista, Portugal se volcó a la exploración oceánica, aprovechando su favo­rable situación geográfica y la existencia de marinos experimentados y de una próspera burgue­sía comercial. La Corona portuguesa deseaba comprar especias a precios accesibles, encontrar las fuentes de aprovisionamiento del oro que se adquiría en las costas de Marruecos y averiguar si vi­vían en África príncipes cristianos con quienes sellar alianzas contra los musulmanes.
Reconquista: Nombre con el que se conoce al esfuerzo realiza­do por los reinos cristianos de la península Ibérica paro recuperar los territorios ocu­pados por los musulmanes a principios del siglo VIII.

La ruta a Oriente bordeando el África
  La expansión marítima portuguesa fue impulsada por e príncipe Enrique "El navegante" (1394-1460), quien creó una escuela de pilotos en la ciudad de Sagres. Se inició en 1415 con la toma de Ceu­ta, en e actual Marruecos. En los años siguientes, los portugueses ocuparon las islas Azores y Madeira (en las que cultivaron caña de azúcar y vid). En 1434, superaron el Cabo Bojador y, poco después, llegaron al Golfo de Guinea.
Desaparecido el príncipe Enrique, continuaron los viajes de exploración y, en 1471, lograron cruzar la línea del Ecuador. Este gran logro convenció al rey Juan II de que debía rechazar el proyecto presentado por un marino genovés, Cristóbal Colón, quien le proponía llegar a a India navegando hacia el oeste. Los portugueses, enton­ces, siguieron bordeando África y, en 1487, Bartolomé Díaz avistó una sa­liente a la que llamó Cabo de las Tor­mentas (hoy, Cabo de Buena Esperan­za), en el extremo sur del África.
  
El primer viaje de Colón
La expedición zarpó del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, con tres naves y unos cien hombres. Al principio las cosas marcharon bien pero, a medida que los días pasaban, la tripula­ción comenzó a impacientarse y amenazó con tomar el control de las naves y regresar a Europa. Pero, en el amanecer del 12 de octubre, la expedición avistó tierra y, poco después, desembarcó en una isla del archipiélago de las Bahamas a la que Colón denominó San Salvador, y la cual creyó que estaba ubicada muy cerca del continente asiático. Luego de tomar po­sesión de ella en nombre de los Reyes Católicos, Colón via­jó a Cuba (a la que bautizó Juana). Desde allí, pasó a la isla cuyo territorio se dividen hoy Haití y Repú­blica Dominicana, y la llamó La Española. En ese lugar, con los restos de su nave capitana, la Santa María, destruida durante una tormen­ta, fundó el fuerte de Navidad el 25 de diciembre de 1492.
Los otros viajes de Colón
Los Reyes Católicos quedaron tan impresionados por el oro, la plata y los indígenas que Colón les presentó cuan­do regresó a Europa, que le propusieron realizar un segundo viaje para asegurar su dominio sobre las nuevas tierras.
El almirante partió en septiembre de 1493 pero, esta vez, con diecisiete naves, 1500 tripulantes, decenas de anima­les domésticos y gran cantidad de semillas. La expedición llegó a La Española y halló muertos a los pobladores del fuerte Navidad, que fue reemplazado por otro llamado Isabela. Colón y sus compañeros siguieron viaje y tomaron posesión de las islas de Puerto Rico y Jamaica.
. En un tercer viaje, iniciado en mayo de 1498 con ocho naves, Colón llegó a las islas de Trinidad y Margarita y exploró la desembocadura del río Orinoco,en América del Sur. El almirante partió en un cuarto viaje, en mayo de 1502. Al mando de cuatro naves que llevaban unos 140 tripulantes, recorrió las costas orientales de América Central, donde halló oro y otras riquezas.
Colón falleció en 1506, convencido de que había llegado a Asia. Pero otros viajes de explora­ción y los aportes de varios estudiosos, como el florentino Américo Vespucio, convencieron a la Corona española de que sus nuevas posesiones formaban parte de un continente hasta entonces desconocido por los europeos: América.

El enfrenamiento por las áreas de expansión

 Cuando Colón regresó de su primer viaje, Portugal reclamó como propios todos los territorios a los que había llegado el almirante genovés. Enterados de estas noticias, los Reyes Católicos so­licitaron al Papa Alejandro VI que les concediera las nuevas tierras.Luego de analizar los argumentos presentados por las partes en conflic­to, en 1493, e Papa promulgó la Bula ínter Caetera, que concedió a Casti­lla la posesión de todas las tierras ubi­cadas a oeste de un meridiano que se trazaría cien leguas al oeste de las Islas de Cabo Verde, frente a la costa africana.
Dado que lo dispuesto por esta bula se contradecía con bulas anterio­res de redacción confusa, la rivalidad entre Castilla y Portugal aumentó. Fi­nalmente, en 1494, ambos Estados fir­maron el Tratado de Tordesillas, que 'desplazó la línea divisoria entre las áreas de expansión de cada potencia a 370 leguas al oeste de las Islas de Cabo Verde. Gracias a esta nueva demarcación, una gran parte de Brasil (adonde el marino portugués Pedro Álvarez Cabral llegó en 1500) quedó incluida dentro de los dominios de Portugal.

La búsqueda de un paso interoceánico
En 1513, el español Vasco Núñez de Balboa atravesó a pie el actual territorio de Panamá y llegó al océano Pacífico. La Corona española confirmó, entonces, que Colón había arribado a un nuevo continente y que era necesario encontrar un paso que atravesara América y que permi­tiera seguir navegando hacia las islas de las especias.
Luego del fracaso de Juan Díaz de Solís, quien murió en e Río de la Plata en 1516, la Co­rona española organizó una expedición integrada por unos doscientos marinos al mando de Hernando de Magallanes. Después de recorrer las costas patagónicas, los viajeros hallaron un estrecho (el actual Estrecho de Magallanes) que les permitió pasar a Pacífico y navegar has­ta las Filipinas, donde Magallanes murió en un combate con los nativos del lugar. Su segun­do, Sebastián Elcano, tomó e mando y, en 1522, consiguió volver a España con sólo una veintena de hombres flacos, barbudos y enfermos. Así, se completó el primer viaje alrededor del mundo.
Las consecuencias de la expansión ultramarina
La expansión ultramarina europea tuvo importantes consecuencias políticas, económicas, so­ciales, religiosas y científico-culturales.
Políticas. España y Portugal conformaron vastos imperios coloniales que incluyeron territorios en América, Asia y África. Esta situación potenció las rivalidades entre las potencias europeas, que lucharon para conservar sus dominios o para debilitar los de sus enemigos.
Económicas. Los contactos entre Europa, África, Asia y América dieron lugar a la conformación de una economía mundial, en la que la producción eu­ropea encontró nuevos mercados donde vender sus productos y obtuvo un inmenso volumen de materias primas.
Sociales. Comerciantes y banqueros colaboraron en la financia­ción de los viajes de exploración y extendieron sus operaciones a los territorios conquistados. Por otra parte, se produjeron grandes movimientos migratorios de europeos pobres hacia otros continentes, especialmente hacia América.
Religiosas. El cristianismo se extendió por amplias áreas de América. La penetración de la religión de Cristo fue más lenta en vastas regiones de Asia y África, donde e   islamismo estaba muy arraigado.
Científico-culturales.  Los  europeos  adquirieron nuevos conoci­mientos geográficos, astronómicos, botánicos y zoológicos. También quedó en evidencia la diversidad de las culturas humanas.
Viajar por el mundo. La celeridad de los viajes en avión, que nos permiten atravesar en po­cas horas miles de kilómetros, muchas veces nos hace olvidar la lentitud de los desplazamien­tos en la época de las carabelas, y los riesgos y molestias que los pasajeros soportaban. Los viajes de Colón entre el suroeste de España y América insumieron más de dos meses. La ex­pedición de Magallanes-Elcano duró... 1124 días!, mientras que, actualmente, podemos pa­sar a otro hemisferio en menos de un día.


Mayas, Aztecas e Incas



Cuando losespañoles empezaron a ocupar el continente americano, se asombraron al encontrar pirámides, templos, calzadas empedradas y, sobre todo, ciudades muy ordenadas y organizadas, en las que vivían gran can­tidad de habitantes.
Los pueblos que alcanzaron estos logros, sin utilizar la rueda, ni animales de tracción, fueron los aztecas, ubica­res en el centro del altiplano mexicano, y los incas, que ocupaban una extensa zona de la Cordillera de los Andes, comprendida entre el actúa territorio ecuatoriano y el no­roeste argentino. También fue el caso de los mayas, una sociedad muy numerosa, localizada en la península de Yu­catán, Belice y el norte de Guatemala y Honduras.

Técnicas agrícolas muy eficientes
Un elemento común en estas sociedades fue el desarrollo de técnicas agrícolas muy eficientes adaptadas a diferentes ambientes.
Los mayas, que habitaban entre selvas, utilizaron el procedimiento de roza y quema: con hachas de piedra limpiaban un sector, quemaban las malezas incorporando esta ceniza como abono y luego sembraban durante varios años, hasta que el terreno se agotaba y era necesario preparar otra parcela.
Cuando en la isla sobre la que estaba asentada su ciudad capital (Tenochtitlán) la tierra comen­zó a ser insuficiente, los aztecas inventaron una técnica original: las chinampas, especies de islo­tes artificiales que se preparaban con juncos atados, sobre los que colocaban ramas y tierra bien prensada y las fijaban con árboles para facilitar el cultivo.
En las montañas, donde es muy difícil cultivar por la inclinación del terreno y las difi­cultades para el riego, los incas construyeron andenes o terrazas, para lo cual cortaban y rellenaban el terreno hasta formar grandes escalones recorridos por canales de riego y sostenidos con paredes de piedra.
Utilizando estas técnicas agrícolas, mayas, aztecas e incas desarrollaron una producción agrícola variada y abundante, capaz de ali­mentar a una población en aumento. El maíz, complementado con distintos tipos de zapa­llo y legumbres, era la principal producción, junto con tomates, ajíes (chile) y paltas. En la zona andina se obtenían también diferentes tipos de papas y batatas.

Diferenciación social y organización política
En estas culturas, la productividad agrícola dio lugar a una gran dife­renciación social, con campesinos y artesanos quienes, con su trabajo, sostenían a una minoría de nobles (encargados de la guerra y adminis­tración) y sacerdotes (responsables del culto religioso). En general, ese sector dominante se presentaba como descendiente de los dioses pa­ra justificar sus privilegios sobre los demás.
Entre los pueblos andinos, e mando era desempeñado por el Inca, considerado descendiente directo del Sol, que ejercía un poder absolu­to sobre todos los súbditos que habitaban un extenso imperio donde se hablaba el quechua. El T/atoan/ era, el jefe máximo de los aztecas y gober­naba un vasto territorio en el que vivían pueblos que hablaban lenguas di­ferentes. Por e contrario, en la época en que floreció su cultura, los mayas estaban organizados en ciudades-estados que eran independientes entre sí y que estaban gobernadas por nobles o sacerdotes.

El poder de la religión
La religión era el centro de la vida social en estas sociedades. Los dio­ses, a quienes se dedicaban grandiosos templos y ofrendas, eran repre­sentados con elementos naturales como el Sol, la lluvia y la tierra, o anima-es como la serpiente y el jaguar. Regían cada etapa vital de los individuos, como el nacimiento y la muerte, así como todos los aspectos relacionados con la vida de a comunidad.
Los sacerdotes elaboraban los calendarios para regular los cultivos, cui­daban los templos y organizaban ceremonias donde se legitimaban las ac­ciones de los sectores gobernantes. Por ejemplo, los aztecas creían ser el grupo elegido para evitar la muerte del Sol. Para lograr que todas las ma­ñanas volviera a aparecer sobre el horizonte, pensaban que había que a mentarlo con sangre y corazones humanos. Con esta idea justificaban el sacrificio ri­tual de los cautivos que tomaban de los pueblos sometidos.

Ciudades inmensas y majestuosas
Cuzco y Tenochtitlán, las capitales de incas y azte­cas, respectivamente, se destacaban por su trazado or­denado y la cantidad de habitantes. Estas ciudades, que alcanzaron su esplendor en pocos años, eran here­deras de centros ceremoniales y urbanos previos: Tiahuanaco, con la célebre Puerta del Sol y sus figuras de personajes alados, en la actual Solivia, y Teotihuacan, con las pirámides del Sol y la Luna, a cincuenta kilóme­tros de la actual ciudad de México. Para la época de la' Conquista española, Cuzco y Tenochtitlán tenían aproximadamente unos 80.000 habitantes, cuan­do Sevilla, la ciudad más grande de España, sólo al­canzaba la mitad.

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